Sobre
el “populismo académico”
Una de las maravillosas
virtudes del trabajo científico es que permite la discusión, el debate y la
confrontación de ideas. A diferencia del conocimiento sacro, religioso, o de la
propia Academia desarrollada durante la Edad Media, ahora se permite disentir y
sobre todo criticar. Esta palabra, no obstante, es mal entendida en algunos
contextos (los latinoamericanos suelen ser un buen ejemplo de lo dicho). Asumimos
en ocasiones que criticar una ponencia, un plan de tesis o, en general, cualquier
tipo de trabajo académico es una forma de ataque u ofensa a la persona que
presenta el documento. Luego, quien critica no es visto como alguien que desea
aportar a un mejor producto final. Por el contrario, es observado con distancia
y recelo, como alguien que pretende ofender, dañar lo ya realizado y, en
definitiva, como la persona que antepone cuestiones personales a su comentario.
Frente a quienes
critican y no tienen reparos en destacar y evidenciar las falencias teóricas o
metodológicas del trabajo académico presentado (y que también lo elogian cuando
hay motivos para ello), se encuentran quienes denomino los representantes del “populismo
académico”. Ese es un grupo cada vez más grande de profesores/as, investigadores/as
y por supuesto estudiantes, que limitan sus comentarios a alabar el trabajo,
ponencia o artículo expuesto. Sus expresiones son siempre en el sentido de que
lo presentado está bien hecho, que no hay mucho por mejorar, que todo está
bien, que esto es un proceso y, en definitiva, que el/la ponente no tiene mayor
cosa que hacer para perfeccionar su trabajo. Claro, a los oídos de cualquier
mortal este tipo de comentarios son mucho mejor recibidos pues alientan el ego
natural de las personas. No obstante, en lo de fondo, los representantes del “populismo
académico” lo que están generando es que el progreso científico, que se da en
base a la discusión y crítica, se pierda.
Junto a lo dicho, los
representantes del “populismo académico” dan paso al facilismo, a la ausencia
de rigor científico y, en definitiva, allanan el camino para que cuando ellos/as
están del otro lado de la mesa; es decir, cuando son ellos/as quienes presentan
sus trabajos, los comentarios que reciban sean lisonjas y alabanzas, muy al estilo
de la práctica que han desarrollado. Así se alimenta el mutuo intercambio entre la comunidad de “populistas académicos”. De hecho, me parece que aquí estaría
una de las explicaciones por las que este cada vez más grande colectivo de “populistas
académicos” se resiste a intenta publicar sus trabajos en revistas
internacionales con arbitrajes de personas a quienes no conocen ni les conocen.
En efecto, en ese contexto la posibilidad de que las prácticas del “populismo
académico” se reproduzcan se viene en picada para dar paso al surgimiento de quienes
critican y detectan los aspectos teóricos y metodológicos que deben ser
considerados previamente a una eventual publicación.
En países como Ecuador,
el “populismo académico” es cada vez mayor. No es difícil identificar a sus
partidarios y defensores. Cada vez que vayan a un encuentro y las
críticas se limiten a señalar que todo lo hecho está bien estructurado (que “está
bonito” suele ser una expresión usada) o cuando los comentarios se concentren
en cuestiones de forma o en superficialidades pues entonces están
frente a un “populista académico”. Lo más grave es si ustedes le creen y se
solazan con la benigna crítica. En ese caso quiere decir que ya están en
las redes del “populismo académico”.
Una acotación final. El
“populismo académico” no distingue en razón de género, de disciplina, de
enfoque teórico o de perspectiva metodológica. Se puede ser parte del colectivo
siendo un positivista o un constructivista. Se puede ser “populista académico”
viniendo indistintamente de la economía, la ciencia política, la antropología o
la sociología. Se acepta de todo. Basta tener el firme convencimiento de que la
crítica siempre es maligna y ataca a las personas y no al trabajo por ellas
realizado. Para ser parte del “populismo académico” basta con apoyar la idea de
que la mejor forma de convivencia de la comunidad científica es decir que todo está
bien hecho, que no hay nada por decir y que hasta el más caótico trabajo presentado
está bonito… porque al final lo que importa es el esfuerzo.
La investigación
científica y el trabajo del/la científico/a se alienta y genera progreso en
función de la crítica. Mientras menos crítica hay a lo que decimos o escribimos
más espacio le estamos otorgando al “populismo académico”. No digo que recibir
críticas sea placentero, pero es parte esencial de este oficio. Quien no quiere
escuchar críticas que se dedique a otra cosa.