viernes, 18 de octubre de 2013



Publicando en revistas científicas: los evaluadores y el acceso a la evidencia empírica

Hace poco tiempo leí un artículo publicado en una revista académica en el que se hacía una buena revisión de la literatura especializada en un campo específico de la Ciencia Política. Se trataba sobre los enfoques teóricos y metodológicos que más se han utilizado, las dimensiones más analizadas y también sobre los países menos explorados. El manuscrito, a la par, abiertamente exhortaba a los investigadores a preocuparse de trabajar esas realidades poco conocidas. De mi lado, mi pregunta básica fue “¿por qué esos países están menos estudiados que otros?” y una de mis inmediatas respuestas fue… “porque los datos no se consiguen con facilidad”. Más allá de la cantidad de investigadores que existen en México, Argentina, Brasil o Chile, tengo la sospecha que hay otra razón que explica por qué son los más estudiados. Creo que es simple y llanamente porque el acceso a los datos es más rápido. No hay que intentar tapar el sol con un dedo: sabemos bien que hay investigadores que seleccionan sus casos de estudio en función de si el trabajo de campo lo pueden hacer cómodamente sentados en la oficina.
En fin,  comenté sobre este tema a un colega y él inmediatamente decidió asumir el reto de investigar algunos de los países menos estudiados. Hizo trabajo de campo intenso pero, obviamente, consiguió pocos datos sistemáticos. Lo que encontró fue que habían archivos incompletos, mutilados, funcionarios que negaban la información o la daban parcialmente, cifras disponibles solamente para pocos años y en otros casos…… simplemente la información no existía. Punto.
El colega escribió un manuscrito, lo mandó a una revista y esperó alrededor de tres meses (lo mínimo que demora un arbitraje). A la vuelta, el consejo editorial decidió rechazar su trabajo adjuntando las evaluaciones de los árbitros. Una pedía el rechazo y dos “revisar y reenviar”. Dos de las tres (más allá de interesantes comentarios y valiosas sugerencias teóricas y metodológicas) decían que faltaba evidencia empírica, que se requería más datos, que si se podía agregar la información de tal o cual hecho, etc. En ese caso la respuesta es simplemente: “NO, no se puede agregar más datos, ni hacer nada más simple y llanamente por que la información NO EXISTE”.
Más allá de la frustración del colega, lo que me pareció interesante analizar es la paradoja que este caso plantea. Por un lado, se hace una invitación a estudiar los países menos trabajados; y, por otro lado, se desechan artículos sobre esos países por falta de datos. El mensaje final de esto es: si eres pragmático estudia los casos ya conocidos (Argentina, Brasil, Chile o México) pues es más fácil acceder a los datos y publicar. Si insistes en analizar los otros países, harás un gran sacrificio en el trabajo de campo para que al final te rechacen el manuscrito por ausencia de información sistemática. Decide.  Triste pero cierto. Al final, en unos años, cuando se vuelva a hacer una revisión de la literatura sobre el tema, vamos a estar en la misma situación: mucho trabajos sobre 4 o 5 países y nada sobre el resto.
Yo estoy firmemente convencido que los hallazgos teóricos/empíricos de cualquier ciencia se los debe difundir, prioritariamente, a través de revistas científicas. Pero eso no me releva de la obligación de criticar cuando los evaluadores conocen solamente el tema pero no la realidad del país que se estudia. Cuando eso pasa, los manuscritos reciben evaluaciones como la que he comentado. Desde luego, si toda mi vida hice trabajo de campo desde la oficina es poco probable que pueda entender que hay realidades en las que no se puede hacer una base de datos. En ese aspecto, me parece que las revistas científicas deben hacer un esfuerzo para seleccionar mejor a sus evaluadores. Designar un árbitro solamente en función de que conozca el tema me parece que puede llevar a que un manuscrito sobre un país poco conocido nunca salga a la luz (o tenga que esperar a otra revista) simplemente por el hecho de que los evaluadores desconocen la realidad del caso.
Como defiendo profundamente la idea de publicar en revistas también defiendo profundamente la idea de que cualquier aseveración se debe contrastar con datos. Lo que estoy diciendo aquí es que, en determinados contextos, hallar mucha información empírica simplemente no es posible.
Finalmente, creo que el reto es entender dos cosas que pueden parecer obvias pero que evaluaciones como la comentada parecen ignorarlas. Primero: la realidad social difiere de la realidad del laboratorio (no la metodología). Segundo: no siempre es posible hacer trabajo cuantitativo. En la medida que no tengamos esto en claro seguiremos conociendo mucho más de los países que ya conocemos algo y menos, cada vez menos, de los que todos tenemos interés en aprender.  

miércoles, 27 de marzo de 2013


 

Otras prácticas del populismo académico: las evaluaciones

 

Otra de las prácticas propias de los/as populistas académicos/as está dada en las evaluaciones que se otorgan a los cursos. En general, un/a populista académico/a que se precie de tal no deja a nadie reprobado y mucho menos llega a un promedio general de menos de 9/10. Para el efecto, los/as populistas académicos/as suelen valorar en gran medida la “actuación en clase” o la “participación”. Aunque no se desconoce que este tipo de elementos podrían ayudar a una evaluación global, el/la populista académico/a los considera como parte esencial del curso. Así, es posible subir vertiginosamente las notas finales de sus estudiantes.

Por otro lado, el/la populista académico/a hace caso omiso de errores semánticos e inclusive ortográficos de sus estudiantes porque, al final, lo que importa es el esfuerzo. “Ya irán mejorando con el tiempo” o “eso no es tan de fondo” suelen ser los argumentos que esgrimen cuando valoran como 10/10 a un trabajo escrito que tiene oraciones de más de 150 palabras o en el que las diferencias entre el punto, la coma y el punto y coma están totalmente ausentes. Así, quien trabaja sistemática y rigurosamente tiene la misma nota que aquél que ha escrito un bodrio imposible de leer. Más aún, muchas veces el/la que escribió el bodrio tiene mayor nota pues un rasgo adicional del/la populista académico/a es que no suele leer los trabajos entregados. En este caso, la valoración se da en base a lo que recuerda respecto a la “participación” o a cualquier otra forma subjetiva de evaluación.

Como resultado de la práctica populista anotada, el/la profesor/a sale en hombros al finalizar el curso y los/as estudiantes que son parte del colectivo lo evalúan con 10/10 también. Los/as otros/as estudiantes se sentirán frustrados. Algunos/as decidirán integrarse al colectivo del populismo académico. Otros/as terminarán repudiando al profesor/a aunque de forma tácita. No lo pueden decir. Hacerlo implicaría ser “malagradecido”.  

sábado, 9 de marzo de 2013


Sobre el “populismo académico”

Una de las maravillosas virtudes del trabajo científico es que permite la discusión, el debate y la confrontación de ideas. A diferencia del conocimiento sacro, religioso, o de la propia Academia desarrollada durante la Edad Media, ahora se permite disentir y sobre todo criticar. Esta palabra, no obstante, es mal entendida en algunos contextos (los latinoamericanos suelen ser un buen ejemplo de lo dicho). Asumimos en ocasiones que criticar una ponencia, un plan de tesis o, en general, cualquier tipo de trabajo académico es una forma de ataque u ofensa a la persona que presenta el documento. Luego, quien critica no es visto como alguien que desea aportar a un mejor producto final. Por el contrario, es observado con distancia y recelo, como alguien que pretende ofender, dañar lo ya realizado y, en definitiva, como la persona que antepone cuestiones personales a su comentario.  
Frente a quienes critican y no tienen reparos en destacar y evidenciar las falencias teóricas o metodológicas del trabajo académico presentado (y que también lo elogian cuando hay motivos para ello), se encuentran quienes denomino los representantes del “populismo académico”. Ese es un grupo cada vez más grande de profesores/as, investigadores/as y por supuesto estudiantes, que limitan sus comentarios a alabar el trabajo, ponencia o artículo expuesto. Sus expresiones son siempre en el sentido de que lo presentado está bien hecho, que no hay mucho por mejorar, que todo está bien, que esto es un proceso y, en definitiva, que el/la ponente no tiene mayor cosa que hacer para perfeccionar su trabajo. Claro, a los oídos de cualquier mortal este tipo de comentarios son mucho mejor recibidos pues alientan el ego natural de las personas. No obstante, en lo de fondo, los representantes del “populismo académico” lo que están generando es que el progreso científico, que se da en base a la discusión y crítica, se pierda.
Junto a lo dicho, los representantes del “populismo académico” dan paso al facilismo, a la ausencia de rigor científico y, en definitiva, allanan el camino para que cuando ellos/as están del otro lado de la mesa; es decir, cuando son ellos/as quienes presentan sus trabajos, los comentarios que reciban sean lisonjas y alabanzas, muy al estilo de la práctica que han desarrollado. Así se alimenta el mutuo intercambio entre la comunidad de “populistas académicos”. De hecho, me parece que aquí estaría una de las explicaciones por las que este cada vez más grande colectivo de “populistas académicos” se resiste a intenta publicar sus trabajos en revistas internacionales con arbitrajes de personas a quienes no conocen ni les conocen. En efecto, en ese contexto la posibilidad de que las prácticas del “populismo académico” se reproduzcan se viene en picada para dar paso al surgimiento de quienes critican y detectan los aspectos teóricos y metodológicos que deben ser considerados previamente a una eventual publicación.
En países como Ecuador, el “populismo académico” es cada vez mayor. No es difícil identificar a sus partidarios y defensores. Cada vez que vayan a un encuentro y las críticas se limiten a señalar que todo lo hecho está bien estructurado (que “está bonito” suele ser una expresión usada) o cuando los comentarios se concentren en cuestiones de forma o en superficialidades pues entonces están frente a un “populista académico”. Lo más grave es si ustedes le creen y se solazan con la benigna crítica. En ese caso quiere decir que ya están en las redes del “populismo académico”.
Una acotación final. El “populismo académico” no distingue en razón de género, de disciplina, de enfoque teórico o de perspectiva metodológica. Se puede ser parte del colectivo siendo un positivista o un constructivista. Se puede ser “populista académico” viniendo indistintamente de la economía, la ciencia política, la antropología o la sociología. Se acepta de todo. Basta tener el firme convencimiento de que la crítica siempre es maligna y ataca a las personas y no al trabajo por ellas realizado. Para ser parte del “populismo académico” basta con apoyar la idea de que la mejor forma de convivencia de la comunidad científica es decir que todo está bien hecho, que no hay nada por decir y que hasta el más caótico trabajo presentado está bonito… porque al final lo que importa es el esfuerzo.
La investigación científica y el trabajo del/la científico/a se alienta y genera progreso en función de la crítica. Mientras menos crítica hay a lo que decimos o escribimos más espacio le estamos otorgando al “populismo académico”. No digo que recibir críticas sea placentero, pero es parte esencial de este oficio. Quien no quiere escuchar críticas que se dedique a otra cosa. 

sábado, 23 de febrero de 2013


La derecha y la izquierda como ejes del análisis político-espacial

A pesar de que existen autores que consideran que el eje izquierda - derecha ha dejado de tener vigencia para la identificación de los votantes y de las plataformas partidistas, me parece que su utilidad sigue en pie. Cuando en lo cotidiano alguien se describe como de izquierda lo que inmediatamente viene a la cabeza es el posicionamiento de esa persona en cuestiones económicas y políticas en las que el aparato estatal tendría más intervención. Así, quienes creen que el Estado debería tener mayor capacidad de control e intervención (ojo, no se menciona la palabra regulación, que es otra cosa) sobre las fuerzas económicas, sobre los temas políticos y aún sobre algunos de carácter social, se pueden describir de izquierda. Por el contrario, quienes asumen que el mercado, la libre oferta y demanda pueden resolver buena parte de los problemas políticos y económicos (no todos desde luego, porque quienes creen eso están en un nivel diferente) se podrían describir como de derecha.

Noten entonces que un extremista de derecha sería alguien que cree que todo o casi todo lo puede resolver el mercado (incluso cuestiones como la seguridad ciudadana) mientras que un extremista de izquierda es el que cree que el Estado debe estar en todo y para todo. En el medio están los más moderados de un lado y de otro. Los social demócratas, por ejemplo, prefieren situarse en la mitad de esta línea imaginaria mientras que en el extremo izquierdo estarían quienes se identifican con la ex URSS o Cuba. En el otro extremo, el de la derecha, están los libertarios.

Sin embargo, el mundo no se limita a las derechas y las izquierdas en temas económicos y políticos. En pleno siglo XXI las demandas de distintos sectores sociales de cara a obtener reconocimiento de sus derechos marcan distancias también entre liberales y conservadores. Un liberal es quien respeta las diversidades, es tolerante con el otro y no objeta distintas formas de ver la vida. El liberal, entonces, creerá que las personas del mismo sexo pueden casarse, unirse o tener hijos. Respecto al aborto (otro tema clave), el liberal sostendrá que las mujeres deben decidir sobre su propio cuerpo y que, en ese aspecto, nada o casi nada es lo que puede decir el Estado. El conservador, de su parte, anclado en el tradicionalismo, las costumbres y la resistencia al cambio propondrá mantener la familia clásicamente entendida, las costumbres y formalidades y, en definitiva, se resistirá a aceptar como legítima cualquier forma de innovación.

Así, dado que los dos ejes son diferentes, podemos tener liberales de izquierda, liberales de derecha, conservadores de izquierda y conservadores de derecha. En otros términos, tenemos una izquierda conservadora que es muy estatista en lo económico y político pero que a la par se horroriza con dar libertades a las mujeres en el manejo de su cuerpo. Por otro lado, quienes son estatistas y a la par respetan las diversidades son los de izquierda liberal. Por otro lado están los que defienden el mercado pero a la par defienden la tradición y el statu quo. esta es la derecha conservadora. Finalmente, hallamos quienes son abiertos a la libre competencia y también a la diversidad de opciones de la población. Estos son los de derecha liberal.

Dependiendo del país en el que nos encontramos alguno de los 4 tipos de políticos y de personas están más o menos representados.